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martes, 19 de octubre de 2010

Escena y diálogo porteños

Bar Los galgos, Buenos Aires
crédito: Araceli Otamendi



Escena y diálogo porteños

Llego casi a la esquina de un bar, por la calle, además de los autos transita un hombre con un carrito donde lleva cartones y otros objetos que va recolectando. Es una mañana de pleno sol en Buenos Aires y es primavera. El hombre lleva el carro donde además de chapas, cartones y maderas ha cargado un árbol de Navidad de color blanco y de plástico con algún adorno que todavía cuelga de una de sus ramas y un maniquí desnudo, al que le falta un brazo y una pierna. Casi todas las personas caminan apuradas. Y los autos y los colectivos también van apurados. Ese hombre que lleva el carro también va apurado. Pienso, mientras camino ¿quién habrá tirado ese árbol de Navidad que conserva un solo adorno? ¿y quién habrá tirado el maniquí que antes, seguramente, se exhibía en alguna vidriera luciendo ropa nueva?
Me siento en el bar a tomar un café y a observar a las personas que están ahí, además del televisor que transmite las últimas noticias del día. Me interrumpe una mujer, sentada en la mesa de al lado y me ofrece el diario. Ya lo leí, le digo, le agradezco. Pero ella no quiere terminar la conversación ahí y se larga a contar la historia de su vida. Festejó el día de la madre en ese mismo bar, sola. Yo misma me lo festejé, me dice. Porque fui madre de tres hijos, dice, y uno tiene que festejar entonces. Pero dos de mis hijos no podían venir, igual lo festejé. Asiento. Yo trabajé mucho, dice, como el mozo que es un hombre grande y también está trabajando, porque lo veo muy bien, respeto mucho el trabajo, a quien trabaja. Vuelvo a asentir. Y entonces, claro, yo trabajaba mucho y viajaba en tren todos los días, dice. Y claro que trabajaba y viajaba y mi marido también. Trabajábamos los dos, para darles de comer a los tres hijos que tuvimos. Y ahora, pienso, ahora… Entonces le digo que está bien, que es lo que hay que hacer, si uno tuvo hijos tiene que trabajar y darles de comer. Claro, dice. Pero también les compraba muchas cosas, juguetes, cosas que me pedían. Y es así, es así, le digo. Y entonces, ahora, claro, pienso. Está bien, le digo, lo que hizo. Y pienso en mi vida, dice. Pienso mucho en todo lo que hice, en los árboles que planté, en las clases de música, en el trabajo. Pero no tengo rencor, dice. Yo no soy rencorosa porque si me ofenden pongo la otra mejilla, dice. Asiento. Y entonces, ahora, pinto, toco música, tejo, salgo. Estoy activa, dice. Después me dice la edad y me jura que dice la verdad y que no lo parece, le digo, no lo parece. Esto es un premio, me dice. Porque estoy muy bien y tengo los años que tengo. No uso bastón, camino derecha y estoy muy contenta, dice, porque hice lo que tenía que hacer.

 (c) Araceli Otamendi - Archivos del Sur

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