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sábado, 7 de enero de 2012

¿Una monja alférez? por José Respaldiza Rojas

(Lima)José Respaldiza Rojas


Talánnngg.... tonnngg...; talánnngg..... tonnngg.


Repican las campanas del Convento dominico de San Sebastián, el antiguo, en el País Vasco (España) al anunciar el Ángelus. Las monjas de clausura elevan sus miradas al Cielo mientras rezan una Ave María.
Una niña, enclaustrada a muy tierna edad, riñe con su monja profesora y es castigada confinándola en su celda. La vida monacal no es para ella y al cumplir los quince años se escapa disfrazada de hombre, su cuerpo delgado, pelo corto, pechos casi planos y rostro mas inclinado al lado varonil la ayudan en su hazaña.
Se sube en una carreta y pasa de pueblo en pueblo hasta llegar a Valladolid, donde se logra meter de pavo en un barco que parte rumbo a América, al ser descubierto acepta laborar a cambio de comida y cama. Viaja bajo el nombre Alonso Díaz Ramírez de Guzmán.
Ya en el Callao, los juegos de envite le proporcionan el dinero suficiente como para adquirir una capa, una daga, una espada y con qué comer, pero se ve envuelto en una trifulca por lo que precisa escapar y se enrola para ir a combatir a los araucanos, en Chile.
En una de las batallas, demostrando un arrojo increíble, recupera el Estandarte Real lo que le valió, en 1619, el grado de Alférez Allí vivió con cierta holgura gracias a la fama alcanzada, empero debió huir pues la esposa de un capitán se enamoró perdidamente y lo asedia día y noche, al punto que el propio capitán le reclama por la conducta de su mujer. Ese acoso sexual contra su persona lo catapulta, a galope limpio, a la ciudad imperial del Cuzco, pero para esto le es menester robar un caballo con montura y todo, amén de aprovisionarse con un buen trozo de cecina para merendar por el camino.
Antes de proseguir se debe indicar que la iluminación pública no existía y la de casa era en base a velas. Así las cosas, un buen día, digamos mejor, una noche en que jugaban una partida de naipes, ve la sombra de una mano que se acerca a donde está su dinero, saca unas monedas y desaparece. Continua el juego, de nuevo la sombra de esa mano vuelve a aparecer, entonces su mano izquierda empuña su daga y cuando esa mano toma unas monedas, con gran rapidez, hinca la daga incrustando la mano mañosa contra la mesa.


¡¡¡Aaaaayyyy!!! Que Dios me ampare.


Un agudo y desgarrador grito inunda la habitación. Fue lo último que se escuchó. Se produjo una estampida entre el resto de jugadores, pues todos huyen despavoridos ante esa insólita reacción. El Alférez Alonso Díaz Ramírez de Guzmán debe salir del Cuzco. Otra vez su incontenible impulso pendenciero lo lleva a proseguir su azarosa vida de trotamundo.
Va a Apurimac con otra aventura, digna de un espadachín. Está sentada en una mesa jugando a los dados. Junto a el se sienta un hombre moreno, velloso, muy alto. Su presencia era imponente, lo llamaban El Nuevo Cid. Juegan al número menor. Le toca el turno a ese jugador, movió el cubilete y caen rodando los dados y al detenerse muestran dos ases. No hay duda, es el ganador pues si su rival sacase también dos ases, el que empata, pierde. Ella toma el cubilete, lo eleva y lo baja de boca hasta chocar con la mesa, luego lo destapa con lentitud y ocurre lo imposible, un dado cayó encima del otro dejando ver solo un as. Con eso gana el pozo y pasa a retirar el dinero.
El Nuevo Cid procede a ponerse de pie, saca su espada y se puso en posición de ataque, van en su ayuda sus amigos, logrando inferirle muchas heridas. Ella sale a la calle donde continua la gresca. El Nuevo Cid logra darle una puñalada que la atraviesa la espalda y cae a tierra echando chorros de sangre. Al verla así sus atacantes se retiran. Ella sacando fuerzas de algún lugar se levanta, camina tambaleándose y ve al Nuevo Cid en la puerta de una iglesia, entonces El Nuevo Cid enfurecido le grita:


- ¿Todavía vives perro maldito? Muere para siempre.


Intenta darle una estocada, pero ella logra apartarla con su daga al mismo tiempo que le encaja la espada en la boca del estómago, el Nuevo Cid se desploma pidiendo confesión, a su lado cae ella. Unos sacerdotes la auxilian y curan sus heridas. Su rival es conducido a la tumba para darle cristiana sepultura..
Sigue a Andahuaylas con nuevos y desastrosos lances y de pronto la vemos en Huamanga, en una casa situada en los arrabales, pues estaba algo corrida de la justicia . Era una noche lluviosa, que se encendía y apagaba por efecto de los relámpagos. Tocan la puerta y grita:

-Alma bendita, el purgatorio es tu lugar – mientras se persigna con unción.
-Busco vuestra compañía, señor alférez.


Lo dejan ingresar. Prosiguió el juego aunque los ánimos se mostraban caldeados y de pronto se armó un pleito, ella despabiló candil con su espada y en completa tiniebla los espadazos iban y venían, de pronto un jugador cae el suelo al grito de:


- ¡¡¡Dios me asista!!!

Todos emprenden la fuga. Ella huía a buen paso, pero al doblar la esquina se topa con la ronda que le ordena:


-¿Quién va?
-Un amigo.
-Dé su nombre.
-El Diablo – contesta.
-Por el rey, dese preso.
-Eso nunca, mientras me asista mi brazo.


La lucha es desigual, pues a los gritos de:


- ¡¡¡Favor a la Justicia!!!


Se juntan más personas y en un descuido le ponen una zancadilla, cae el suelo y la atrapan. Va presa, la someten a juicio y es condenada a la horca. En el centro de la plaza levantan un tabladillo y encima de él, erigen una horca. Con redobles fúnebres es llevada. Un sacerdote se acerca para que se confiese y al instante de darle la comunión, le arrebata la hostia tomándola con las dos manos se abre paso al grito:


-¡A iglesia me llamo! ¡A iglesia me llamo!


y corriendo se asila en el templo de Santa Clara. El Obispo fray Agustín de Carvajal va en su busca y ella le pide que la escuche en confesión. La noticia corre como reguero a saberse que es mujer, es mujer, es mujer, es mujer. Sí, efectivamente se trata de Catalina de Erauso. Entonces el Virrey don Francisco de Borja y Aragón, Conde de Mayalde y Príncipe de Esquilache la hace traer a Lima para conocerla, siendo alojada con las monjas bernardinas de la Trinidad.
Su Majestad el rey Felipe IV (1626) la manda llamar, la recibe para oír de sus labios todo cuanto de ella se dice, al final le concede una pensión de gracia, pronto el Papa Urbano VIII la invita para que visite Roma y le permite que continúe usando ropa varonil.
Fama hizo que le adjudicaran lo que no tenía, pues lo de alférez se lo ganó, pero lo de monja se lo achacan ya que nunca llegó a profesar los votos sacramentales, fama que fue apagándose con los años al punto que hoy en día nadie se acuerda de ella y sus hazañas, pese a que se escribieron muchísimos libros que incluyen variadas Memorias.

(c) José Respaldiza Rojas*
Lima
Perú

José Respaldiza Rojas es escritor

Terminó su vida como arriero en México, donde murió.

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